Un paciente que se quedó
ciego por el uso de un fármaco denunciará al SAS
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El afectado, de 60 años y natural de Lucena, fue operado y tratado en el hospital Reina Sofía de Córdoba
Miguel Cañete, de 60 años, que perdió completamente la visión tras haber sido operado en febrero en los dos ojos y ser tratado con perfluoroctano, medicamento investigado en relación a otros casos similares de ceguera, denunciará al Servicio Andaluz de Salud (SAS) como «aplicador del fármaco».

  
Su hijo, Miguel Cañete, ha dicho a Efe que su padre, único paciente en España que ha perdido totalmente la visión supuestamente por el uso de este fármaco, se ha sumado a la demanda interpuesta por al menos cuatro personas que se han quedado ciegas de un ojo tras ser operadas en el Hospital Donostia de San Sebastián.
Todas tienen en común que fueron presuntamente tratadas con este compuesto sintético que se utiliza en la cirugía ocular para reparar desprendimientos de retina y comercializado en este caso bajo la marca comercial Ala Octa.
El caso de Cañete, natural de Lucena (Córdoba), comenzó en enero, cuando se le diagnosticó desprendimiento de retina en ambos ojos, por lo que se sometió a sendas intervenciones quirúrgicas en el Hospital Reina Sofía de Córdoba los días 2 y 18 de febrero.
Según narra su hijo, tras la segunda intervención «se apaga la luz» y su padre queda «ciego a expensas de la recuperación», aunque no ha recuperado ni el 0,05 de la visión, que es «el equivalente de una pérdida total».
En las revisiones posteriores a la cirugía le comentaron que era muy extraño que no recuperara la vista, a pesar de que, en la operación, el ojo se había pegado bien a la retina.
Sin embargo, relata su hijo, en julio «la doctora da el caso por perdido», tras lo que acudió a la clínica privada de La Arruzafa, en Córdoba, donde el doctor Juan Manuel Laborda, tras ver al paciente, detectó «un atrofiamiento muy grande en la retina y en el nervio óptico, que presentan necrosis» y lo asoció con la «alerta sanitaria» asociada» al medicamento Ala Octa.
En agosto, según cuenta Cañete, Laborda comunicó a la familia que había hablado con la doctora que atendió a su padre, quien no le aseguró que el caso estuviera relacionado al medicamento, aunque admitió que lo había usado.
Miguel Cañete lamenta que nadie le haya asesorado sobre cómo proceder y que haya tenido que ser gracias a un compañero de trabajo como se ha podido enterar de que el caso de su padre no era único.
«Ella nos dice que es muy difícil ir en contra de una compañía farmacéutica tan grande, pero yo le dije que a nosotros no nos va a mandar a casa», afirma Cañete, quien no obstante alega que la doctora en ningún caso cometió «negligencia médica», aunque le hubiera gustado por su parte una mayor «empatía».

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